martes, 8 de abril de 2014

Croquetas.

Ya puedes tener el pasaporte español, el DNI español, un seat, una sevillana haciendo equilibrios sobre el plasma, un toro en la bandeja del maletero o la capacidad innata de bailar el Paquito el chocolatero; que como no te quejes de la comida en el extranjero (siempre alabando la española, por supuesto), te mereces ser expulsado de la piel de toro con una patada en el culo.

Yo soy bastante comiques, y eso que he mejorado con el tiempo, y trato de evitar el  "como en España en ningún sitio", pero me he visto alcanzada por la morriña alimenticia. Y es que me apetecen croquetas.

Hace una semana que volví del corto viaje a España, trayendo en la maleta tomate frito, churrucas, café con avellana, cola cao y preparado para natillas. Todo alcanza un nivel superior si os digo que es de marca Hacendado. También unas galletas de dinosaurio y chucherías (incluyendo el amado Fresquito) para los críos. Ah, y chocolate Valor para regalar. Esto último lo vendían en el aeropuerto mucho más caro, por supuesto, pero decorado muy lolailamente (cabrones).

Pero no pude traer croquetas, ni pescado fresco, ni ternera, ni a mis padres. Tantas cosas culinarias que aquí, o no venden, o son difíciles de encontrar, o caras.

En el supermercado venden tortilla de patatas y también jamón serrano. Pero no croquetas. Y es un problema. Porque si me da por comer arroz a la cubana, como hoy, la solución es fácil. Pero ponte tú ahora a hacer croquetas. Y además, ¿de qué? Porque las de beschamel con huevo o de jamón están buenas, pero las de mi madre con la carne del cocido están aún mejor. Pero si no sé hacer croquetas, ¿tú crees que me voy a poner a hacer cocido? Y si mi madre me ha dejado una cosa clara es que hay tantas posibilidades de que venga aquí como de que yo llegue a dominar la lista de los verbos separables alemanes.

1 comentario: